La entrevista a la afamada actriz y diva
(mote que siempre le causaba risa) de los años 50 se concertó en una habitación
del Hotel Pompidou en el centro histórico de la ciudad. Este escenario fastuoso
serviría como una suerte de homenaje a las costumbres de antaño, para figurar
en un terreno elegante que se rindiera a los pies de una dama cuyo porte se
había pintado en blanco y negro en las pantallas de cine.
Jorge, el entrevistador, acomodaba su
corbata de seda mientras leía las preguntas que había planeado de forma
meticulosa para que aparecieran en su columna dominical. Dispuso que su
asistente, Eugenia, pidiera té Earl Grey, limón y azúcar en cubos ya que había leído
que la actriz acostumbraba pasar las tardes bebiendo té en compañía de su gato
blanco, y respondiendo a las cartas que sus seguidores le seguían enviando para
agradecer su presencia en las ensoñaciones de pantalla con las que se habían
deleitado.
A las 16:30 en punto tocaron a la puerta. Jorge
confirmó entonces la puntualidad de la diva mientras se levantaba, daba la
señal a Eugenia de abrir la puerta y acomodaba de pie, frente al espejo, un
rizo traicionero que había decidido no hacerle ver con la seriedad que el
evento ameritaba.
Nunca supo si al abrirse la puerta la
iluminación caía en una gracia divina o por la misma admiración que le profería
hubiera visto a la mujer de las películas rodeada por un aura celestial.
Entró entonces a la habitación cubierta con
joyas de diseñador y un abrigo de piel por demás ostentoso y a la última moda.
Impregnó el ambiente con su perfume dulce, floral. Erguida, delgada, con el
cabello suelto, castaño y brillante, sin muestra alguna del paso de los años.
Sus ojos parecían amenazar y al mismo tiempo daban ganas de quedarse a vivir en
ellos.
- Buenas tardes Sofia, adelante. Jorge
Iris, un servidor. – Ella extendió la mano y Jorge no sabía si tomarla o
besarla. Comenzó a quitarse el abrigo para entregarlo a una pequeña mujer con
cara severa mientras observaba la habitación de arriba a abajo.
- Encantada Jorge. ¡Vaya! Mandaste traer
orquídeas y ¿té Earl Grey?, me siento halagada. Espero no te moleste la
presencia de Martina, mi asistente. Me acompaña a todas partes. -
- No, para nada, usted puede…
- ¿Y tú quién eres querida?
- Una disculpa señora, ella es Eugenia.
- Pues entonces estamos a mano. Cada quien
trae a su observadora.
Jorge reía como quien fracasa en ocultar su
nerviosismo. La invitó a sentarse, presionó el botón de la grabadora frente a
él y sacó su pluma fuente y una libreta negra.
- Cuando guste comenzamos.
- Yo siempre estoy lista querido. Aparte
has apretado el botón del aparato ese como si ya hubieras dado pie a que inicie
la función. Pero bien, antes de que preguntes cualquier cosa, ¿qué pretendes
con esta entrevista?, ya me han hecho tantas…
- Sin afán de sonar como un soberbio, me
gustaría narrar su vida con mi tinta y su voz.
- Muy bien querido. Antes de que empecemos,
veo que has hecho de todo para halagarme. Las flores, el té, tu bonita corbata
de seda y hasta escribirás con una Mont Blanc Ellegance. ¿Me permites
observarla?, hace mucho que no he tenido el gusto de tener una en mis manos y
me llama la atención que un jovencito como tú sea dueño de una. Habrán cambiado
mucho los sueldos de los periodistas a últimas fechas.
Jorge palideció y comenzó a sudar mientras
acercaba la pluma a la gran actriz. Sofía la tomó con su mano derecha, la
acercó a su rostro y después la colocó en su palma, que movió de arriba a
abajo, como pesándola. La colocó en la mesita frente a ella y se levantó como
un resorte.
- Martina, el abrigo. Creo que entiendes querido que
tendré que retirarme. Agradezco las molestias que te tomaste. Será en otro
momento.
- Pero Sofía…
Eugenia notó la mirada inquisidora de la
actriz antes de que cerrara la puerta tras de sí. Jorge se derribó en el
asiento, ocultando su rostro, avergonzado.
- ¿Qué acaba de pasar, Jorge? No entiendo nada.
- ¡Ay Eugenia! Cometí el error de decirle que quería
narrar su vida con mi tinta y su voz.
- ¿Y?
- ¿Qué credibilidad puede tener mi tinta si es una pluma
pirata?
Muy bueno César.
ResponderEliminar