lunes, 6 de noviembre de 2017

La torre de Gigi


Mientras preparo mi café en la misma máquina que me regaló mi abuela el día de mi boda, recojo el periódico de la puerta y observo una publicidad en la que sugieren que, para ayudar a la naturaleza, reciba la noticias directo a mi celular. Dudo que el teléfono, al que mi hija se refiere como “el ladrillo”, cumpla con esa función. Parece que soy una de las pocas personas que aún no decide vivir tras una pantalla. Nunca pensé que a mis 60 años iba a sentir como si alguien hubiera hecho un experimento conmigo de congelación tiempo atrás y ya no perteneciera al presente. Gloria, mi hija, que ahora se hace llamar Gigi, dice que me quedé como cinco generaciones atrás en mi actualización del sistema operativo y que está “muy chistoso” que pueda decir que tiene un papá “análogo”. ¡No entiendo qué intenta decir con eso!, ¡No entiendo nada de lo que me dice! Me encantaría tener el dinero suficiente para poder contratar un traductor de lo contemporáneo para poder comunicarme con ella. Me cuesta trabajo comprender lo que dicen en las películas españolas cuando hablan muy rápido los personajes y apenas y mastico el inglés, pero es que mi hija no sé qué intenta decir y todo parece indicar que sus amigas, del otro lado de la línea, pueden captar a la perfección su dialecto. Su desayuno consiste en frutas congeladas licuadas y cereales que pone en un plato hondo y lo come casi acostada en el sillón con una mano y con la otra desliza su dedo para poder “actualizarse” en las noticias tras la pantalla de su celular ultra moderno. La escucho diciendo cosas como:
-          ¡Holi! Pues nada, tipo que en Insta stories, Pam dijo que el feud que hubo en twitter entre Taylor Swift y Katy Perry estuvo cañón y que según, fue por uno de los bailarines de sus respectivos tours, o eso vió en Youtube. ¡Qué oso!, del nabo que así, ni al caso le entren al mame así como así. Hubieras visto todos los memes cagadísimos que sacaron. Si quieres luego te mando uno por whats. Anyway, de la peda de hoy no sé nada porque mi outfit cero que ver y sí me influye cabrón que la vez pasada, cuando lo del Kinky, Pam tipo llevaba la misma t-shirt de Zara que yo y weeey me muero si me pasa de nuevo porque cállate ¡qué oso!, aparte piden pomo de Bacacho y ¡asco! Porque ya de por sí de cover es chingo de baro y para estar pagando por shots que no mames, pues ni al caso. Aparte mezclar esta de la verga porque dos Perlas Negras y ya estoy out. No sé si más bien estoy en el mood de algo más tranqui porque el juevebes en el karaoke terminé pedísima perreando las de Maluma hasta las 5. Si quieres mejor te veo en el Starbucks tipo a las 7 y me cuentas de tu new crush con Paco de la Riva. Si llegas antes, me pides lo de siempre: matcha cream venti, caliente con leche de soya y un shot de vainilla sugar free. Pero tipo no se te olvide que la leche sea de soya o almendra porque ando vegan style. Checas la selfie que acabo de subir a Instagram y me dices si la subo al Tinder o de plano le meto otro filtro. Va, entonces te veo al ratón. Besitos bitch. –
No sé muy bien qué cara habré puesto que, cuando terminó su discurso, apretó algo en su teléfono y haciendo una mueca de extrañeza me dijo que si se me había perdido algo. Me sorprende que hace unos años, cuando iba en la primaria, la directora de su colegio me dijo que la tenía que llevar con un neurólogo por falta de atención y sospechas de no sé qué siglas que involucraban las palabras: “déficit” e “hiperactividad”, pero ahora podía, de un respiro, explicar a una amiga que, supongo, en la tarde la verá. 
-          Es que no entendí absolutamente nada de lo que dijiste. ¿Vas a salir en la tarde?
-          Obvi. Es sábado pa. Sólo los freaks sin amigos se quedan en su casa el sábado.
-          Yo me voy a quedar en la casa.
-          Bueno, pero es que tú ya estas viejito. Seguro te vas a quedar leyendo uno de tus libros esos amarillos que tienes en el librero ¿verdad?, Leí en un artículo del buzzfeed que me pasó Trini que dice que los libros viejos acumulan polvo y unos bichos así asquerosos que sacan ronchas y luego te da asma o así. Si quieres luego te lo leo. Aparte, ¿sabías que ya los puedes leer en una tablet?
-          ¿Qué es una tablet, Gloria?
-          ¡Ash!, ¡Gigi!
-          ¿Qué es una Tablet, Gigi?
-          Ay no pa, de plano no. Pues como la que yo tengo. El ipad. Lo que me regalaste en navidad que dices que cuesta una fortuna.
-          Ah. ¿Y por ahí se descargan?
-          O los puedes leer en línea. Luego te enseño.
-          ¿Cuándo me enseñas? Si dices que quieres salir al rato. ¿Ya hiciste tu tarea?
-          Ay pa, neta ¿eso qué?, sabes que la hago el domingo.
-          Gloria. Perdón. Gigi: tenía pensado que hoy fuéramos a visitar a tu abuelita.
-          ¡Ay no pa!, no me hagas esto, please. Estuve súper estresada toda la semana por las clases de conta y es neta que necesito un relax porque si no, te juro que…
-          Para, para. No entiendo nada de lo que me estás diciendo.
-          Es que pa, o sea, sí amo mil y lo sabes a mi Tita pero es que está de súper huevísima pasar la tarde en su casa. ¡Huele raro y no tiene wifi!
-          Llevas meses evitando ver a tu abuela y ella siempre me pregunta por ti.
-          Ay ya se y te juro que no es mala onda pero hoy, justo hoy, tengo mil cosas que hacer.
-          Gloria…
-          ¡Gigi!
-          Gloria: no tienes “mil” cosas que hacer. No es obligación ir al Blockbuster con tus amigas a tomar café.
-          A ver. Punto número uno: es el Starbucks. El Blockbuster era una tienda de videos que ya cerró hace siglos. Punto número dos: no tomo café porque es malísimo para el estómago. Tomo matcha. Punto número tres…
-          Me puedes enumerar los puntos que gustes, pero ya me cansé que pienses que te mandas sola y que puedes hacer tus compromisos cuando quieras. ¡Te pones a hacer la tarea y en la tarde vamos con mi mamá!
-          ¡No mames, pa!
-          ¡No mamo!, ¡No mamo! ¡También estoy harto de que me insultes!
-          ¿Quién te está insultando?, bájale tres rayitas a tu mal pedo. Estás de un mega sensible desde que…
-          ¿Desde que qué?, ¿Desde que se fue tu mamá?
-          Pues si, la neta. Por lo menos Poncho, su novio, si me entiende.
-          ¿Poncho, su novio, si te entiende? ¿y te paga el teléfono y te hace ser responsable y se preocupa por ti? Perdóname por no estar “en onda” y por no ser de la “chaviza” y…
-          Ay sale, bye. Te juro que por eso me voy a vivir con ella. No entiendo lo que estás diciendo.
Gloria se va a su habitación y azota la puerta. A ser un poco más Gigi y menos la hija que un día llegué a conocer y que comprendía. Se va la luz. Ella grita. Nunca aprendí a pagar el recibo por la computadora.

César Baqueiro

Reseña


La gente piensa que el limbo es un lugar al que llegan las almas que, a merced de lo que hicieron en vida, no van ni al cielo ni al infierno, cuando en realidad es una taberna en la que se reúnen los ángeles de ambos lares para comentar las peripecias que ocurren en la Tierra.
Se conocen desde casi el inicio de los tiempos y la enemistad que se cuenta en los libros humanos no es entendible por los mismos. Ellos hacen su trabajo. Son como actores a los que se les dio un papel y juegan al mismo. Cuando ganan o pierden, en realidad terminan conversándolo acompañados de un buen trago de vino.
-          ¿Ya vieron la última película de terror que sacaron? – menciona Lucifer mientras voltea los ojos hacia arriba.
-          Si, la vi. – responde Gabriel sonriendo y alzando la copa para brindar.
-          ¿Es que de dónde sacan esas visiones tan categóricas?
-          ¿Y te sorprende después de los que hicieron hace unos años con El Exorcista?
-          No, no es que me sorprenda. Es que me da un poco de coraje.
-          ¿Qué te da coraje? ¿Que te maquillen de una forma tan grotesca? Siendo tu tan vanidoso…- los ángeles en la mesa sueltan la carcajada.
-          Es que se les ocurre cada cosa. Todo es muy simple. Ya hemos entrado en discusión por cientos de años. El gran problema es que nos mueven en una línea recta. Nos atribuyen características bufonescas y estúpidas. ¿Cuál sería mi chingada motivación para meterme en el cuerpo de una niña?
-          Ah es que según ellos no fuiste tú, fue Pazuzu. Para ellos tú tienes cosas más importantes que hacer como desastres naturales o violaciones o motivar a que un hijo mate a su padre o Trump.
-          Da lo mismo. Son seres desmemoriados que se inventan historias similares a lo largo de los siglos para poder justificar sus actos. Creen que yo los motivo y son ellos los que terminan sorprendiéndonos a nosotros la mayor parte del tiempo.
-          Bueno y ¿te dio miedo la película o a qué viene tu comentario?
-          Me sorprende de la peor forma. Me desmotiva pensar que se les ha ido la creatividad con los años.
-          Bueno, es que también, ya nadie lee.
-          O leen entre líneas. ¿por qué mierdas tenemos en su imaginario patas de cabra y cuernos? A ti no te molesta porque te creen con hermosos caireles y unas alas de paloma gigantescas. Y no empecemos con su fijación por empatarme con las pinches víboras.
-          ¡Ah! ¿tú crees que a mí no me afecta que nos pongan como poco menos que idiotas que nos la pasamos escuchando todo el día sus quejas y contando los chismes a “El Señor”? ¿Qué pensarían si les dijéramos que ni siquiera conocemos de primera mano a “El Señor”? ¿Ustedes creen en él? Porque yo hace mucho que no lo he visto.
-          ¿Te calmas Nietzche? –
-          No es broma. A mí me parece cada día menos verosímil la idea de que existe. Yo nunca lo he visto.
-          ¿Qué no ves que está en todas partes? Responde Lucifer entre risas.
-          Piénsalo. Excepto por Muerte que es claro su trabajo, ¿cuál es el fin de nosotros? ¿Testigos de la catástrofe de un ser imperfecto y desmemoriado? ¿Espectadores de un “plan maestro”? ¿Entes a los cuales señalar como responsables del temple impredecible de muñecos de carne que llevan haciendo lo mismo una y otra vez desde que mutaron del barro? Me niego a la idea de ser cuidador de un primo del chango y que eso sea todo el motivo de mi existencia.
-          ¿Ves por qué me da coraje?, cuando se ponen creativos, incluso nos hacen filosofar. ¿Qué tal si en verdad somos parte del sueño de los mismos y estamos bebiendo de estas copas en La Niebla?
Todos en la mesa guardan silencio.
-          Estamos hechos de sueños. – comenta Gabriel y después de la pausa todos sueltan estrepitosas carcajadas.
-          Si, ya se, me la mamé. Sirve un poco más de vino. Brindemos entonces por la película de terror que acaba de salir. Hasta eso, cuando le echan ganas me hacen ver como un ser inteligente. –
-          Es ficción Lucifer. No te tomes las cosas tan en serio.

César Baqueiro

martes, 5 de septiembre de 2017

Hilos negros y desastre

Hilos negros y desastre
A los 63 años, Adolfo llegó a la conclusión de que ser dueño de una sastrería en un pequeño pueblo de la sierra era un acto de romanticismo y esto lo deprimió. Pensaba que hasta el maniquí que le servía de muestra y al que subía y bajaba de medidas, se burlaba de él con una mueca carente de rostro. A veces le pegaba una bofetada para desquitarse y amainar el ansia de llegar a hacerlo con su mujer. Después de todo, ella había dedicado 45 años a ser una santa y no se merecía un roce injustificado de odio. Su vieja Adela, la panadera del pueblo, la que le hacía de comer y que gracias a su profesión lograba que siempre hubiera un pan en la mesa, sobre todo en los peores momentos de la sastrería. Casi podía decir que la quería tanto como a su Singer 1957 negra con mesa de madera. Su verdadera aliada, su compañera de desventuras y triunfos.
Dicen que uno puede vislumbrar cuan trivial es lo cotidiano después de un día de fortuna, cuando te das cuenta que todo lo demás después de esos momentos es incomparable; y quizá es por ello que Adolfo recargaba su cabeza con un vaso de aguardiente a medio día. Hace tres días, encontraron en la orilla del río a Lucero Córcega, la hija del presidente municipal. La tragedia conmovió al pueblo entero, no solo porque se trataba de un individuo de la crema y nata, sino por la juventud y belleza de la chica. Aparte del sepulturero y el cura, que hacían su mesada con la tragedia ajena, un evento como tal significaba un aumento considerable en los remiendos de sacos viejos y vestidos negros para la ocasión. Así, mientras la gente lloraba y volteaba la cabeza al cielo negando, al sastre le surgían encargos por decenas para que la gente pudiera estar presentable ante la desdicha. Después del velorio y con unos centavos de más, corrió a la tienda de abarrotes para poder comprar vino, pan y jamón, pero al ingrato de Don Heladio, a pesar del tiempo lúgubre, no olvidó cobrar las cuentas fiadas, por lo que Adolfo regresó a casa con menos energía y una cantidad paupérrima de centavos en el bolsillo. ¡Esto que dicen que es la vida no es más que un terreno para que el diablo juegue con mi voluntad!, Se decía mientras bebía aguardiente de caña, del barato, claro está.
La campana de la puerta de entrada sonó. Esto significaba que había entrado un cliente, un cobrador o la canastilla de Adela con el almuerzo. Dio un sorbo largo al vaso y lo escondió entre los carretes de hilo de su mesa de corte. Era Silverio Jaimes, el secretario particular de Don Crisanto Córcega, presidente municipal.
- Buenas Silverio, ¿en qué puedo servirle?
- Buenas Don Adolfo, ¿cómo le ha ido en estos días? – Adolfo odiaba tener pequeñas conversaciones con sus clientes, pero sabía que tenía que fingir interés.
- Pues ya ve, todo lo bien que se puede estar con las noticias de este pueblo. Una tragedia la que acabamos de vivir, ¿cierto? – después de soltar las palabras que acababa de decir, recordó haber visto en varias ocasiones a Silverio platicando con la señorita Lucero. Ella recargada en la pared enroscando un rizo entre sus dedos y el secretario de presidencia, frente a ella con la mano en la pared, sosteniendo su cuerpo y riendo. Coqueterías de los jóvenes.
Sí, ya sé. Es terrible. Bueno. Le traigo un trabajito. Mire, un descuido.
Silverio colocó sobre la mesa un saco gris de tweed manga larga tipo sastre, costadillo, cuello y solapa ancha. El frente llevaba botonadura en el centro para dos botones, pinzas de asentamiento a cada lado por encima de los bolsillos de tapa. Además, llevaba un bolsillo de ribete en el pecho al lado izquierdo.  La espalda llevaba costura en el centro con abertura en la parte inferior. Muy a la moda, pero de pretenciosa calidad. Todo el hombro derecho descosido, como de un tirón.
- ¿Y ahora, Silverio?, ¿Quién le jaló el saco?
- Fue un descuido de mi mujer.
- Pues vaya fuerza la de Mirella, tan delgadita que la ve uno llevándole el almuerzo a presidencia.
- Si. Bueno. Usted no la conoce. Es una fiera. ¿para cuándo lo puede tener listo?
- Para mañana mismo. No tengo mucho que hacer.
- Pues mañana paso Don Adolfo. Si me lo tiene temprano le pago doble. Hasta luego.
Inspiración es lo que faltaba en la sastrería. Eso era lo que había traído Silverio con el saco roto: Inspiración.
Era una certeza que Mirella, su mujer, no lo había desgarrado. Esa niña no tenía fuerzas ni para cargar con su vida, mucho menos iba a romper el saco en un arranque ¿de qué? Si era bien sabido que Silverio le propinaba palizas cuando ella remilgaba de sus múltiples conquistas. No. Eso había sido otra cosa, producto de una pelea inconfesable ya que había llevado a la mentira. El otro día, mientras recibía el pantalón del jefe de la policía, Adolfo escuchó cómo le decía a un ayudante que la difunta, con seguridad, había caído del puente al río y esto la había matado. No se había ahogado como se presumía por doquier.
Inspiración. Adrenalina. Mentiras no resueltas.
Adolfo acercó la manga a su rostro para poder oler el penetrante perfume acanelado de Lucero. Nadie sospechaba nada y el sastre ya sabía lo que había pasado esa tarde en el puente. La difunta había citado al secretario en las afueras para que nadie oyera su conversación pecaminosa. Ella comenzó a reclamarle que quería ser la única o iría a contar de su amorío a Mirella, o peor aún, a su propio padre, el mandamás de la serranía. Al escuchar estas palabras, movido por un silente odio, Silverio la empujó y ella pudo sostenerse de la manga del saco de tweed, pero este dio de sí y ella cayó cuarenta metros a las fauces líquidas del diablo.
Inspiración. Eso era todo lo que necesitaba. La Lucero había sido una niña de temple corrosivo y representó un peligro al bienestar del pueblo entero. Para decirlo de otro modo, lo merecía. Eso era lo que Adolfo necesitaba. Un medio para provocar caos en un pueblo que acostumbraba vestir de gala en los momentos de luto. Eso. Eso iba a hacer. Nadie tenía que enterarse.
El sastre sonreía ante la posibilidad de emprender nuevos retos a futuro y así, embriagado ante el poder y la esperanza, después de entregar el saco de tweed como si nada le hubiera pasado, corrió a la ciudad para abastecerse de hilo negro.
César Baqueiro

martes, 4 de julio de 2017

La neblina


“María: Me encuentro diminuto sentado en la orilla del pantano que se formó en la última taza de café que bebimos. En este páramo turbio y obscuro, contemplo los residuos de nuestras horas juntos y, al alzar la mirada, veo en las paredes blancas de porcelana tus labios pintados de rosa que juegan a ser mi Luna. Si de estas palabras no logró obtener un entendimiento contigo, entonces basta con que te diga que te extraño.”
Al terminar de redactar estas líneas me sentí en pausa. Llegué a acostumbrarme a escribir, como lo hacía tantas veces, sentado en esa lujosa habitación de hotel a la que ya me había adaptado sin saber muy bien cómo fue que llegué ahí. Me daba un poco de miedo que el aromatizante ambiental dentro de aquellas cuatro paredes me recordará de forma inusual su perfume. Como si un ridículo y perfeccionista hotelero hubiera investigado cómo provocar una tranquilidad inusitada. Frente al pequeño escritorio junto a la cama, un cuadro de Van Gogh de “La Noche Estrellada”, casualmente mi pintura favorita, que, si bien se yo que tendría de forma forzosa que ser una réplica, me recordaba el mismo movimiento hipnotizante de cuando vi la original en el MOMA. No sabía dónde estaba. Calculaba que llevaba un mes en ese lugar sin saber el motivo. No entendía muy bien la situación y ya me había adaptado. En algún momento creí que había sido secuestrado porque en muchas ocasiones había intentado abrir la puerta y no lo lograba. Tres veces al día sonaba una campanilla, se abría la puerta y daba paso a una hermosa mucama empujando un carrito que simplemente se limitaba a sonreír y acomodar los más exquisitos manjares en una mesa. Retiraba el florero con tulipanes blancos de la misma, realizaba una especie de reverencia y las únicas palabras que salían de su boca eran: -buen provecho estimado escritor, lo dejamos trabajando --. Recuerdo que el primer día que desperté en esa habitación, al verla entrar, le pregunté dónde estaba y simplemente puso un dedo frente a su sonrisa como si me invitara a callar. Si bien, esto puede sonar como algo desconcertante, nunca me había sentido tan tranquilo, tan protegido. Todos los días, por la tarde, la mucama del carrito sacaba también dos o tres novelas, papel y tinta. No podía pedir nada más, era una especie de encierro misterioso y perfecto. Así transcurrían los días hasta que me invadía la nostalgia y me ponía a escribir cartas a María. Por alguna extraña razón, no tenía ganas de salir del encierro, sólo tenía ganas de vivirlo junto a ella. Al terminar la última carta, sonó la campanilla y entró la mucama con el carrito. Dejó un sobre cerrado sobre la mesa y salió sin mencionar su usual comentario. En la carta decía:
-       Estimado escritor, se le invita a que acuda a las 15:30 a la estación de tren. Diríjase al andén 8. Espere a la persona que saldrá del vagón número 13. Esperamos que su estadía haya sido agradable. Vuelva pronto.
Nadie firmaba. Se abrió la puerta, tomé mis escritos, los puse en mi portafolio y salí. Recordé que entre las novelas que me habían dejado antes de dormir estaba “Niebla” de Unamuno y me tomé el atrevimiento de regresar y guardarla como souvenir de mi estadía. Crucé el pasillo del hotel, llegue al elevador y bajé al vestíbulo con el corazón palpitante ante la expectativa. No había nadie en la recepción, ni en la entrada. Parecía que el hotel había sido abandonado. Solo se escuchaba en el ambiente “Claro de Luna” de Debussy. Cuando salí, solamente observé un camino empedrado y pasto. La espesa neblina y el frío agradable daba la impresión de que me encontraba en una campiña europea. Caminé y caminé por el trazo de piedras hasta llegar a un bosque en donde me encontré con un señalamiento de continuar por 2 kilómetros vía recta a la estación de tren y así lo hice, poseído por una inquietud persistente y una curiosidad arrolladora.
La neblina se despejó y pude ver a lo lejos la estación de tren sin nombre, como de otra época, una más sencilla donde la gente se emocionaba al esperar la llegada de la locomotora. Los andenes vacíos de pronto se fueron llenando de personas desconcertadas con notas similares a la mía. Me rehusé a entablar conversación y preguntarles cómo es que había llegado y qué había sido de ellos en los últimos días; el gran reloj circular de la estación marcaba las 15:29 y no quería que por mi curiosidad me perdiera de la sorpresa que me depararía. No tenía miedo por la situación, sino por la tranquilidad que sentía y que me hacía pensar que quizá estaba bajo el influjo de un sedante o en un sueño extremadamente vívido.
A las 15:30 en punto, entre vapores y el ruido de las ruedas llegando a su destino, apareció un hermoso tren antiguo. Yo me encontraba en el octavo andén frente al número trece, con el portafolio en una mano, esperando a la persona que llegaría y haría menos espesa la niebla de los últimos días. Se abrió la puerta y fue entonces cuando la vi a ella. Mi María con su vestido de seda azul quien, al verme, se lanzó de un brinco a mis brazos y comenzó a besarme apasionada mientras caían sendas lagrimas por sus mejillas.
-       ¡Eres tú!, ¡Eres tú mi vida! No podía ser nadie sino tú.
-       Mi amor, no sabes cuánto te extrañé. – le dije con la voz entrecortada
-       Tu eres el que no sabe lo difícil para mí que fueron los últimos 32 años sin verte. ¡Tenías que ser tú! ¡Tenías que ser tú!
-       ¿32 años?
-       Sí, mi vida, ¿acaso no ves el paso del tiempo en mi rostro?
-       Ni un día, mi amor, ni un día.


lunes, 8 de mayo de 2017

Latte


Hace seis semanas soñé a una mujer desnuda a la que le corrían por los brazos ríos serpenteantes de acuarela roja que caían a la tierra. Ella me miraba fijamente. Dos días después recibí una llamada del esposo de mi paciente, la pintora, para avisarme que se había suicidado en el jardín de su casa y que a él le urgía verme para decirme a la cara que yo había fallado.
Constanza sorbió de golpe su café y dejó el vaso a un lado para poder comenzar su interrogatorio:
- ¿Lo último también es parte de tu sueño?
- No. Sé que suena inverosímil pero lo último es real. No vengo a lidiar con el entendible coraje del marido de mi paciente. Vine a buscarte después de 4 años porque no entiendo nada de lo que me ha estado pasando últimamente con mis sueños.
- ¿Ella había amenazado con suicidarse?
- No. Comencé a verla por una depresión y ella rumiaba con la idea, pero eso fue hace dos años y medio. Si, la pintora era limítrofe y sufría por los múltiples engaños de su marido. Había sido criada para permanecer en el matrimonio a pesar de todo. Podría parecer hasta lógico que a pesar de mis esfuerzos ella atentara contra su vida, pero estamos desviándonos del punto Constanza. Me perturba el hecho de que en mis sueños estoy hilvanando en estructura poética los arrecifes en los que se avientan mis pacientes.
- Eres un psicólogo brillante Óscar, ¿no cabe la posibilidad de que conozcas la psique de tus pacientes a tal grado que se transfiera en tus sueños la angustia de no poder ayudarlos a pesar de tus esfuerzos?
- Me halaga que digas que soy brillante pero mi premisa va mucho más allá de la pintora. Hace unos días Laura, mi esposa, me despertó porque estaba sudando y hablando mientras dormía. Le preocupó verme tan angustiado y me movió con delicadeza para despertarme. Me preguntó si había tenido una pesadilla. Le conté con una claridad y detalle asombrosos las imágenes que se formaron en mi cabeza. Un monstruo gigante y negro con siete ojos de fuego centelleante y brazos de alarmante extensión devoraba la cabeza de un niño. El cielo amarillo de azufre, las nubes verdes y en el suelo se vislumbraban unos huecos con líneas en forma de trueno que me hacían entender que el monstruo había arrancado los árboles del campo como si quisiera llevarse la vida del mundo a bocados. Dos días después, Gonzalo, mi paciente de seis años, dibujó mi pesadilla diciendo que era lo que él soñaba por las noches y no pude interpretarlo porque estaba aterrorizado, porque yo ya lo había visto, ya lo había vivido.
- ¿Está pasando algo en tu vida últimamente que te tenga aterrado y que no estés considerando?
- Sé que estas tratando de insinuar colega. Se también que lo que te voy a decir no tiene mucho sentido porque en nuestra profesión, nos dedicamos a transformar la subjetividad de los demás en algo objetivo, pero más bien creo que esto tiene que ver con algo metafísico, sobrenatural, inexplicable. Son premoniciones.
- Supongamos que es verdad. Que por alguna fuerza desconocida adquirieras el poder de vislumbrar otro plano. Que gracias a ti se demuestre que el tiempo y el espacio no son una línea continua. ¿Qué vas a hacer con eso?
- No lo sé. ¡Soy psicólogo!, si veo el futuro de mis pacientes viviré preguntándome si lo que ha de pasar es parte de mi responsabilidad. Me convertiría en un chamán, un soñador furtivo sin rigor científico, una traición de lo que por años he tratado de formar. Mis intervenciones apelarían más a la apreciación de lo desconocido que a la intervención de lo racional. Parte de la tranquilidad que proyecto a mis pacientes tiene que ver con vivir el presente. Pensar en el futuro sin angustia porque no existe, porque los entreno en el terreno de lo posible y lo probable. Si puedo saber su futuro seré yo el que viva angustiado y eso transferiré a mis pacientes. No me interesa saber lo que veré. Me interesa conjugar los verbos en presente.
Oscar ocultó su rostro después de expresar el mayor de sus miedos. El consultorio de Constanza estaba lleno de duda y silencio. Ella tampoco sabía qué decirle, pero intentaba guardar la compostura. Solo faltaban cinco minutos para que acabara la cita.
- Se nos está terminando el tiempo, pero me parece muy importante que sigamos hablando de todo esto que te está pasando para que podamos…
- Laura va dejarme en cinco años. Encontrará a un hombre más joven y decidirá dejarlo todo por la adrenalina de la aventura. Mi hija se va a ir con ella. Estaré un tiempo viviendo el duelo y un buen día decidiré rehacer mi vida. En mis sueños, se ve con claridad que mi relación con mi esposa se va en picada porque decido dejar de ser psicólogo motivado por la maldición que me aqueja y pongo una cafetería. Un día entra una mujer que yo ya conocía y me pide un latte grande con cuatro cargas de café, leche deslactosada y una pizca de canela. Empiezo una relación con ella. Resulta ser el amor de mi vida. Con esa claridad vienen mis sueños, mis pesadillas.
- Nos vemos la próxima semana, Óscar.
Constanza cierra la puerta tras de su paciente, realiza tres respiraciones profundas y se va al baño a mojarse el rostro. Las manos le tiemblan y detecta una sonrisa al verse al espejo. ¿Cómo pudo saber con tanta precisión la caprichosa forma en la que pide su bebida favorita todas las mañanas?                 

lunes, 10 de abril de 2017

El saco café


Uno podría pensar que en este tipo de fiestas sería difícil que contemplaran en el presupuesto una tambora en vivo, pero, así como el mole con arroz, cientos de cartones de cervezas y la cantidad de invitados, la sorpresa está en que la abundancia de la pobreza nunca cuenta en plazos la deuda a pagar.
- Pues sí, esto va a salir en un ojo de la cara Ramirito, pero lo vale. Por fin le llega algo bueno a tu primo Emilio. -
Yo había dejado de convivir con mi primo desde que teníamos 12 años y aún vivía en Zacatecas. Mis padres me comentaron que en los días que estaríamos visitando a la abuela se iba a hacer una fiesta de despedida a Emilio, que por fin había conseguido trabajo en Estados Unidos de forma legal. – Ya se lo merece. Se lo debe la vida. – mencionaba mi padre en carretera antes de que nos contara por todos los menesteres por los que había pasado el primo hasta su ahora “buena fortuna”.
- Su mamá, como ya sabes, murió poco después de que nos vinimos a vivir a la Ciudad de México. No sé si fue una buena o una mala muerte, pero fue súbita. ¿Te acuerdas que te contamos?, un día tenía una gripita y a los dos días le pegó la neumonía. Yo creo que si hubieran tenido un buen servicio de salud la habría librado, pero no llegó a la semana. Poco tiempo después, mi cuñado, por haber perdido a su esposa se tiró a la bebida y permaneció con la mente nublada hasta que perdió el negocio familiar y tuvo que empeñar hasta el alma para no perder siquiera la casa en la que había muerto mi hermana. Tu primo, que en esa época era un crío no pudo continuar normalmente con sus estudios y tocaba su guitarrita afuera de la cantina donde bebía su padre para recoger unos cuantos pesitos para que no muriera de hambre. A su padre le llegó la conciencia ya tarde, cuando Emilio ya le hacía al chemo y por tradición familiar a la caguama.
 Varias veces, de adolescente, amaneció tirado en las calles y sus disque amigos empezaron a notar que estaba muy amarillo y que se desmayaba muy seguido. Fue ahí donde le encontraron que estaba enfermo de los riñones y que las piedras que pensaba que tenía en realidad eran unos tumores bastante grandes. Le quitaron uno de los riñones y fue debido a su viacrucis de salud, que su papá tuvo que vender la casa, pues era lo que quedaba. Es por eso que ahora viven con tu abuela. Se podría pensar que ahí se le iba a acabar lo salado, pero a unos les toca saber a mar. Saliendo de su enfermedad decidió rehacer su vida, pues claro, la vio cerquita y que se topa con la Lorena. Se enamora de la pinche chamaca piruja esa y… -
- ¡Conrado! – interrumpió mi madre.
- Bueno bueno. La niña esa lo enculó hasta decir basta y que se embaraza. Para algunas familias lo que se presume como bendición no es más que un tehuacanazo de realidad. Que le nacen gemelos y ahí va tu tío de pendejo a hacerle caso a la mocha de la madre de la Lorena y lo casa a la fuerza a los 18, porque no fuera a ser que los recién nacidos le reclamaran algo después. Que se mete de mecánico para mantener a la abundante familia y en el bautizo de los niños lo hago entrar en razón y le digo que estudie la preparatoria, aunque sea abierta, que no se haga hûey. Total, que quién sabe qué lo iluminó y se pone a estudiar. La pendeja de la Lorena que por falta de tiempo y no sé qué le pone el cuerno con el hijo de un diputado y lo deja. Se lleva a los niños y tengo entendido que ahora viven en una casota y le dicen papá al politiquillo de cuarta.
Por segunda ocasión, se le olvida que tiene una salud que cuidar, o no, a lo mejor ya quería morirse para ese entonces, y se tira otra vez a la bebida. Un día saliendo de una de sus borracheras lo agarran unos judiciales y le inventan no sé qué madres de que formaba parte del cártel de drogas de la zona y lo entamban dos años hasta que se demuestra que era inocente. En ese tiempo, estudió inglés. Cuando salió de la cárcel don Peregrino, el contador, se apiada de él y lo mete de su asistente. Empieza a ganar unos centavos, mismos que la Lorena le exige para que dé manutención a los gemelos. ¡Vieja puta!
- ¡Conrado! – dijo mi madre acompañando su queja con un manotazo en el hombro.
- Ahí lo podías ver con sus pantalones rotos, sucios, los zapatos regalados, en vez de una agujeta tenía un pedazo improvisado de carrizo. Sus camisas deslavadas, con la tela podrida. Hace unos días le hablaron de un trabajo en los Estados Unidos, que para una fábrica donde tienen cupo limitado de puestos. Le dijeron que se presente la próxima semana o ya no hay chance. Ahí ves a Emilio corriendo a sacar su pasaporte y luego haciendo cita para la visa. Estuvieron a punto de negársela, pero le habían dado un papel para que le dieran permiso. Así que el idiota de su padre se endeudó hasta las manitas para poder hacerle una despedida. No lo juzgo. Ya se merecía algo el infeliz. -
Mi hermano y yo volteamos a vernos en el coche, como en complicidad, argumentando en el mutismo lo afortunados que hemos sido al terminar una licenciatura en una escuela de paga en la gran ciudad capital.
En la fiesta la tambora y las cervezas amenizaban el porvenir de Emilio, el primo “ya merito”, el que de niño jugaba al futbol con nosotros y que la vida decidió torturarlo por años hasta que le regaló una oportunidad.
Ya entrada la noche y con la mayoría de los invitados perdidos en el alcohol, se hizo presente el destino. De pronto, la gente comenzó a buscar algo. Por debajo de las mesas, por encima, movían sillas, corrían de un lado a otro. En sus rostros se leía la desgracia. Un músico de la tambora prestó un micrófono a Emilio:
- Por favor ayúdenme a buscar mi saco. Uno café con cuadritos, viejo, sucio. Tiene una solapa rota, no le sirve a nadie ¡por piedad! En una de las bolsas está mi pasaporte y salgo mañana. –
Nunca me había puesto a buscar un saco como quien pierde un boleto de lotería. Como si la vida de alguien dependiera de ello. Cuando apareció el alba, el escenario se llenó de desconcierto. El padre de Emilio, ahogado en alcohol lloraba como un niño y mi primo, abrazándolo como quien ha muerto muchas veces lo consolaba: - Todo está bien papá. Todo está bien. –

César Baqueiro