Hemos llegado a un momento como humanidad en el que ya no se refleja en nuestras casas lo que pasa en nuestras mentes. Aún recuerdo el caos en la casa de mi tío “el loco”; con sus muebles sucios y roídos. Pilas y pilas de libros polvosos y tazas de café frío en cada mesa o superficie. Esa casa olía a madera y cenizas. También olía a café rancio, bergamota y humedad. Yo siempre fui feliz visitando al tío loco.
Ahora, las casas son estériles y todas se parecen entre sí. Hay exceso de iluminación blanca, a mi parecer. La tecnología ha avanzado a una velocidad excesiva y, lo que de niño parecía ciencia ficción, se ha convertido en una realidad. En la actualidad, los androides se ocupan de mucho; de todo casi. Los seres humanos nos hemos convertido en dueños de un mundo contaminado y cruel y somos atendidos por seres a nuestra imagen y semejanza. Se tuvieron que implementar leyes para poder controlar esas máquinas frías disfrazadas de piel.
La prostitución, prácticamente se ha terminado. Los androides son de una sofisticación tal, que, por una módica cantidad de dinero, cualquiera puede satisfacer todas sus necesidades y perversiones.
Tengo un amigo que trabaja en una empresa que renta las máquinas sexuales. Me comenta, ya sin emoción en sus palabras, que la gente regresa a los androides en condiciones deplorables. Es extremadamente usual que se tenga que pagar la tarifa de reparaciones y limpieza. -No tengo idea de que hacen con los robots. Pero cuando regresan, hasta parece que les han robado el alma y eso que no tienen una. - me dijo. No me quiero imaginar a qué extremos llegan los sádicos cuando tienen un juguete que finge sentir.
Aún recuerdo la primera vez que contraté los servicios de una androide sexual. Como toda experiencia ríspida, devino de una necesidad fisiológica y el silencio. Ese silencio hostil que lleva a la mente a idear escenarios y que, de forma compleja nos lleva a buscar un poco de ruido, un poco de interacción. Cada vez, se ha vuelto más difícil que un ser humano decida la complejidad de otro ser humano y más si tenemos una realidad virtual en la que podemos tener el control absoluto de los encuentros. Mis hermanos prefieren quedarse en casa recostados con unos cascos en donde pueden entrar a mundos inertes, y al mismo tiempo vivos. Mi tío loco murió hace ya 20 años y creo que tenía la misma experiencia cuando tomaba uno de sus libros. Ahora ya no es sencillo contar con uno. Solo la gente rica puede disponer de bibliotecas con verdadero papel. El papel se ha convertido en un lujo innecesario. Si deseas leer algo, lo puedes hacer desde una tableta o, como hace la mayoría de la gente, hacer que un androide te lo narre. Yo me quede con uno de los libros de mi tío. Las páginas de “Demian” de Herman Hesse ya se encuentran tan desgastadas que prefiero ni siquiera tocarlo. Lo tengo en el cajón junto a mi casa y, cuando me siento solo, lo abrazo, lo acerco a mi nariz y olfateo. No sé si lo imagino, pero me da la impresión de poder hallar aún las notas de tabaco y bergamota. En la página 125 hay una mancha de café. La miro y me dan ganas de llorar.
El caso es que hay veces en las que uno no puede permitirse la nostalgia y, en ese silencio devastador, se busca un poco de interacción, aunque sea con una máquina.
El “menú” de androides sexuales es tan basto que resulta abrumador. Puedes elegir el color de piel, ojos y pelo. Puede asemejarse a una mujer robusta o delgada. Incluso, puedes elegir que tenga estrías y celulitis. Tienes que llenar un cuestionario en el cual, no se te juzga y solo sirve para que arrojen las opciones con las que cuenta la empresa en ese momento para que llegue el androide a tu casa.
En esa ocasión, como si de un platillo se tratara, andaba con antojo de una mujer con cabello castaño y piel alabastrina. Con cejas pobladas, algo de vello y olor a vainilla. Para mí, era importante que su sexo oliera a piel. Que oliera a bacterias acumuladas y descuidos en la higiene. Ahora capto que, para mi, en ese instante, era importante que no se distinguiera de una mujer real.
Cuando se logró la transferencia, me llegó un mensaje de que llegaría en dos horas. Me metí a bañar, me rasuré, me puse algo de loción. Al terminar todo el ritual, encendí una vela y le pedí a Rosy, mi androide de limpieza, que se apagara por toda la noche. Sentado en el sofá de la sala, cuando faltaban unos minutos para que llegara, revise mi aliento poniendo mi mano cerca de la boca. Si bien, olía a menta, el simple acto de checar que no oliera desagradable me pareció estúpido. Caí en cuenta que estaba tratando de agradar a una máquina y, de pronto, mi entusiasmo terminó. Yo, que me sentía con una superioridad en comparación a mis hermanos, estaba a punto de tener relaciones sexuales con un juguete.
Tocaron al timbre. Abrí la puerta y me encontré con una mujer castaña como la que había visto en las fotografías. Había estado tentado a contratar a una que asemejaba a una actriz conocida, pero esa tenía un costo mayor. Esta mujer, parecía eso, una mujer, como cualquier otra. Dentro de su programación, cuentan con movimientos estereotípicos. Me extendió la mano y sentí su piel, que, para mi sorpresa, contaba con la temperatura de un cuerpo. Mientras me saludaba, sonreía y tomaba un mechón de pelo para acomodarlo tras su oreja, como si estuviera un poco apenada por la interacción. Recordé entonces que así la pedí: tímida.
No recuerdo muy bien cómo se dio la plática, pero fue como con cualquier inteligencia artificial. Si tienes un poco de sensibilidad, puedes detectar que estás hablando con una máquina. Comencé a besarla. Abrí los ojos. Ella tenía los ojos cerrados. Todo se sentía como una boca. Incluso, a pesar de estar sintiendo un poco de excitación, pensé en las propiedades que habrían puesto para que el líquido dentro de su boca asemejara a la saliva. Me llegó la idea de si eso que estaba probando, no sería tóxico. Toda la experiencia resultó una danza de mis pensamientos que iban desde la fascinación, la incredulidad y, para finalizar con tristeza. Montada sobre mí, toqué sus pechos. Ella gemía de “placer” y eso me comenzó a molestar porque ninguna mujer real con la que yo hubiera estado antes me había mostrado tal satisfacción. La interacción resultó muy semejante a estar inmerso en una película pornográfica. Ella estaba programada para fingir placer, para satisfacer todas mis ideas y fantasías. Claro que terminé, claro. Soy hombre. Cuando “ella” se fue, me llegó una notificación: “¡Gracias por contratar nuestros servicios!, esperamos que Indira7714 haya sido de su agrado. Le pedimos llene la encuesta de satisfacción”. Esa noche me acosté en la cama fría y, de forma inconsciente, abracé mis piernas, en posición fetal y comencé a llorar como hace mucho tiempo no lo hacía. Creo que nunca me había sentido más solo.
Pasaron algunas semanas. Yo, me había prometido no volver a contactar esos servicios, pero al humano se le olvidan fácil las cosas. Volví a contratar androides varias veces más. Todas diferentes, todas besando con los ojos cerrados, fingiendo orgasmos provocados con mi pene y habilidades promedio.
Una noche, a punto de decidir contratar un servicio sexual, recordé que un amigo me comentó que aún podías contratar prostitutas mujeres. Si bien, era un servicio caro, era posible. La página que me compartió solo contaba con 32 opciones. Casi todas, con evidentes cirugías plásticas, lo cual me hacía pensar que no contaban con el suficiente dinero para poder costear la tecnología actual, que hacía que una mujer pudiera verse como quisiera sin que los demás pudieran sospechar al respecto. Paré en la opción 23. Una mujer robusta, con senos pequeños, cabello negro mal peinado y un tatuaje de enredadera en el cuello que, a distancia, se leía que tenía una historia. Sus ojos negros guardaban secretos. Su mueca imitando una sonrisa, prometía insatisfacción. De inmediato la contraté.
Me metí a bañar, sumamente emocionado. Me rasuré, me corté las uñas, me puse crema. Me senté en la sala, acomodando los pelos sueltos que percibía con mi mano. Revisé mi aliento y olía a menta. Sonreí.
Tocaron al timbre. Abrí la puerta. Me saludo con el brazo extendido y sonrió levemente. Observó la estancia de mi casa estéril y se presentó: “hola, soy Gladys”.
Yo sabía que ese no era su nombre real, pero no me importó. Estaba ansioso. Le ofrecí un vaso con agua y ella me dijo que si no tenía algo más fuertecito mientras se quitaba la gabardina. El hecho de sentirme juzgado me excitó. El hecho de observar que, al sentarse, se acentuó su celulitis, me excitó aún más.
“¿Esta es tu idea de algo fuertecito?” me dijo cuando le extendí una copa de vino blanco. De inmediato se rio y me dijo que no le hiciera caso y que me sentara junto a ella. Me preguntó que qué quería hacer.
- ¿Cómo te llamas?
- Gladys.
- No no, ¿cuál es tu nombre real?
- ¿Qué te hace pensar que ese no es mi nombre real?
- No es tu nombre real. No te ves como una Gladys.
- Ah caray. ¿Cómo qué nombre piensas que tengo?
- No lo sé. María.
- Me llamo María, efectivamente. – Ella sonrió.
- No lo creo.
- ¿Realmente te importa mi nombre?
- Si, mucho.
- ¿Por qué?
- Porque para mí es importante saber que tienes un nombre.
- Lo tengo. El vino está bueno. ¿Qué es?
- Un albariño. Pero si quieres algo más fuertecito, como me habías comentado, creo que tengo mezcal. ¿Quieres?
- ¿Tienes mezcal? ¡Te va bien entonces! ¿En qué trabajas?
- En una empresa de transportes. Ahora mismo voy por el mezcal.
- ¿Tienes androide de limpieza?
- Si, se está cargando. No nos molestará.
- Es una mujer. ¿Verdad?
- Rosy, si.
- ¿Rosy?, ah tiene nombre y todo. De verdad te gustan los nombres.
- Así es, María.
- Laura.
- ¿Disculpa?
- Mi nombre es Laura.
- Gracias, Laura. Aquí tienes. ¿Lo bebes de una o poquito a poquito?
- Vamos a beberlo de una. Salud. Tenía años que no tomaba un mezcal.
- ¿Por qué me preguntaste si mi androide de limpieza era mujer?
- Porque los hombres siempre tienen un androide de limpieza mujer.
- Realmente podría ser cualquier cosa. No interactúa mucho conmigo.
- ¿Qué quieres hacer, Pablo?
- Mi nombre no es Pablo. Andrés, mucho gusto.
- Y, ¿tú por qué no diste tu nombre real? Al final, la empresa tiene tus datos.
- Supongo que por la misma razón que tú te pusiste Gladys.
- Nunca es por la misma razón, Andrés. Bueno, ¿qué quieres hacer?
- Esto, platicar. ¡Ah! Y pedirte que cuando nos demos un beso… ¿si das besos?
- Si, esto no es “Mujer Bonita”.
- Bueno, que cuando nos demos un beso, abras los ojos.
- No tengo problema. ¿Por algo en especial?... no importa tampoco.
- Solo me gustaría que así fuera. ¿Qué significa tu tatuaje?
- Es un recuerdo, de un familiar.
- ¿Quieres contarme?
- Preferiría que no.
- Claro, lo respeto.
Laura me tocó la pierna como el indicio de querer frenar la conversación. Se acercó un poco más a mí y me preguntó si quería un beso. Asentí y pude detectar que era notorio mi nerviosismo. Su aliento era agradable, caliente. Me dio un beso. De inicio yo cerré los ojos, pero cuando los abrí, pude observar los suyos, muy abiertos. Comenzamos a reír.
- Perdón, es que nunca me habían pedido que abriera los ojos.
- No te preocupes, puedes cerrarlos si quieres. Por lo que quería que los abrieras era para ver tu reacción. Esto que acaba de pasar no es posible con una androide.
- ¿Qué acaba de pasar?
- Sentirnos incómodos.
Continuamos con el beso. Mi mente estaba en el momento. Se quitó la blusa y en el abdomen pude ver una cicatriz. De inmediato me surgieron unas ganas irrefrenables de besar su imperfección. Sabía que tenía una historia detrás de esa marca. Al mirar su rostro me di cuenta que me miraba con ternura y me acarició la cabeza.
- ¿Tienes algún fetiche? Aparte del evidente.
- ¿Cuál es el fetiche que crees que tengo?
- Que yo sea real.
- Eso no es un fetiche.
- Me llamo Lucía.
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