Hace seis semanas soñé a una
mujer desnuda a la que le corrían por los brazos ríos serpenteantes de acuarela
roja que caían a la tierra. Ella me miraba fijamente. Dos días después recibí
una llamada del esposo de mi paciente, la pintora, para avisarme que se había
suicidado en el jardín de su casa y que a él le urgía verme para decirme a la
cara que yo había fallado.
Constanza sorbió de golpe su
café y dejó el vaso a un lado para poder comenzar su interrogatorio:
- ¿Lo último también es parte
de tu sueño?
- No. Sé que suena inverosímil
pero lo último es real. No vengo a lidiar con el entendible coraje del marido
de mi paciente. Vine a buscarte después de 4 años porque no entiendo nada de lo
que me ha estado pasando últimamente con mis sueños.
- ¿Ella había amenazado con
suicidarse?
- No. Comencé a verla por una
depresión y ella rumiaba con la idea, pero eso fue hace dos años y medio. Si,
la pintora era limítrofe y sufría por los múltiples engaños de su marido. Había
sido criada para permanecer en el matrimonio a pesar de todo. Podría parecer
hasta lógico que a pesar de mis esfuerzos ella atentara contra su vida, pero
estamos desviándonos del punto Constanza. Me perturba el hecho de que en mis
sueños estoy hilvanando en estructura poética los arrecifes en los que se
avientan mis pacientes.
- Eres un psicólogo brillante
Óscar, ¿no cabe la posibilidad de que conozcas la psique de tus pacientes a tal
grado que se transfiera en tus sueños la angustia de no poder ayudarlos a pesar
de tus esfuerzos?
- Me halaga que digas que soy
brillante pero mi premisa va mucho más allá de la pintora. Hace unos días
Laura, mi esposa, me despertó porque estaba sudando y hablando mientras dormía.
Le preocupó verme tan angustiado y me movió con delicadeza para despertarme. Me
preguntó si había tenido una pesadilla. Le conté con una claridad y detalle
asombrosos las imágenes que se formaron en mi cabeza. Un monstruo gigante y
negro con siete ojos de fuego centelleante y brazos de alarmante extensión
devoraba la cabeza de un niño. El cielo amarillo de azufre, las nubes verdes y
en el suelo se vislumbraban unos huecos con líneas en forma de trueno que me
hacían entender que el monstruo había arrancado los árboles del campo como si
quisiera llevarse la vida del mundo a bocados. Dos días después, Gonzalo, mi
paciente de seis años, dibujó mi pesadilla diciendo que era lo que él soñaba
por las noches y no pude interpretarlo porque estaba aterrorizado, porque yo ya
lo había visto, ya lo había vivido.
- ¿Está pasando algo en tu
vida últimamente que te tenga aterrado y que no estés considerando?
- Sé que estas tratando de
insinuar colega. Se también que lo que te voy a decir no tiene mucho sentido
porque en nuestra profesión, nos dedicamos a transformar la subjetividad de los
demás en algo objetivo, pero más bien creo que esto tiene que ver con algo
metafísico, sobrenatural, inexplicable. Son premoniciones.
- Supongamos que es verdad.
Que por alguna fuerza desconocida adquirieras el poder de vislumbrar otro
plano. Que gracias a ti se demuestre que el tiempo y el espacio no son una
línea continua. ¿Qué vas a hacer con eso?
- No lo sé. ¡Soy psicólogo!,
si veo el futuro de mis pacientes viviré preguntándome si lo que ha de pasar es
parte de mi responsabilidad. Me convertiría en un chamán, un soñador furtivo
sin rigor científico, una traición de lo que por años he tratado de formar. Mis
intervenciones apelarían más a la apreciación de lo desconocido que a la
intervención de lo racional. Parte de la tranquilidad que proyecto a mis pacientes
tiene que ver con vivir el presente. Pensar en el futuro sin angustia porque no
existe, porque los entreno en el terreno de lo posible y lo probable. Si puedo
saber su futuro seré yo el que viva angustiado y eso transferiré a mis
pacientes. No me interesa saber lo que veré. Me interesa conjugar los verbos en
presente.
Oscar ocultó su rostro después
de expresar el mayor de sus miedos. El consultorio de Constanza estaba lleno de
duda y silencio. Ella tampoco sabía qué decirle, pero intentaba guardar la
compostura. Solo faltaban cinco minutos para que acabara la cita.
- Se nos está terminando el
tiempo, pero me parece muy importante que sigamos hablando de todo esto que te
está pasando para que podamos…
- Laura va dejarme en cinco
años. Encontrará a un hombre más joven y decidirá dejarlo todo por la
adrenalina de la aventura. Mi hija se va a ir con ella. Estaré un tiempo
viviendo el duelo y un buen día decidiré rehacer mi vida. En mis sueños, se ve
con claridad que mi relación con mi esposa se va en picada porque decido dejar
de ser psicólogo motivado por la maldición que me aqueja y pongo una cafetería.
Un día entra una mujer que yo ya conocía y me pide un latte grande con cuatro
cargas de café, leche deslactosada y una pizca de canela. Empiezo una relación
con ella. Resulta ser el amor de mi vida. Con esa claridad vienen mis sueños,
mis pesadillas.
- Nos vemos la próxima semana,
Óscar.
Constanza cierra la puerta
tras de su paciente, realiza tres respiraciones profundas y se va al baño a
mojarse el rostro. Las manos le tiemblan y detecta una sonrisa al verse al
espejo. ¿Cómo pudo saber con tanta precisión la caprichosa forma en la que pide
su bebida favorita todas las mañanas?
Una realidad una carga mucha responsabilidas
ResponderEliminar