lunes, 8 de mayo de 2017

Latte


Hace seis semanas soñé a una mujer desnuda a la que le corrían por los brazos ríos serpenteantes de acuarela roja que caían a la tierra. Ella me miraba fijamente. Dos días después recibí una llamada del esposo de mi paciente, la pintora, para avisarme que se había suicidado en el jardín de su casa y que a él le urgía verme para decirme a la cara que yo había fallado.
Constanza sorbió de golpe su café y dejó el vaso a un lado para poder comenzar su interrogatorio:
- ¿Lo último también es parte de tu sueño?
- No. Sé que suena inverosímil pero lo último es real. No vengo a lidiar con el entendible coraje del marido de mi paciente. Vine a buscarte después de 4 años porque no entiendo nada de lo que me ha estado pasando últimamente con mis sueños.
- ¿Ella había amenazado con suicidarse?
- No. Comencé a verla por una depresión y ella rumiaba con la idea, pero eso fue hace dos años y medio. Si, la pintora era limítrofe y sufría por los múltiples engaños de su marido. Había sido criada para permanecer en el matrimonio a pesar de todo. Podría parecer hasta lógico que a pesar de mis esfuerzos ella atentara contra su vida, pero estamos desviándonos del punto Constanza. Me perturba el hecho de que en mis sueños estoy hilvanando en estructura poética los arrecifes en los que se avientan mis pacientes.
- Eres un psicólogo brillante Óscar, ¿no cabe la posibilidad de que conozcas la psique de tus pacientes a tal grado que se transfiera en tus sueños la angustia de no poder ayudarlos a pesar de tus esfuerzos?
- Me halaga que digas que soy brillante pero mi premisa va mucho más allá de la pintora. Hace unos días Laura, mi esposa, me despertó porque estaba sudando y hablando mientras dormía. Le preocupó verme tan angustiado y me movió con delicadeza para despertarme. Me preguntó si había tenido una pesadilla. Le conté con una claridad y detalle asombrosos las imágenes que se formaron en mi cabeza. Un monstruo gigante y negro con siete ojos de fuego centelleante y brazos de alarmante extensión devoraba la cabeza de un niño. El cielo amarillo de azufre, las nubes verdes y en el suelo se vislumbraban unos huecos con líneas en forma de trueno que me hacían entender que el monstruo había arrancado los árboles del campo como si quisiera llevarse la vida del mundo a bocados. Dos días después, Gonzalo, mi paciente de seis años, dibujó mi pesadilla diciendo que era lo que él soñaba por las noches y no pude interpretarlo porque estaba aterrorizado, porque yo ya lo había visto, ya lo había vivido.
- ¿Está pasando algo en tu vida últimamente que te tenga aterrado y que no estés considerando?
- Sé que estas tratando de insinuar colega. Se también que lo que te voy a decir no tiene mucho sentido porque en nuestra profesión, nos dedicamos a transformar la subjetividad de los demás en algo objetivo, pero más bien creo que esto tiene que ver con algo metafísico, sobrenatural, inexplicable. Son premoniciones.
- Supongamos que es verdad. Que por alguna fuerza desconocida adquirieras el poder de vislumbrar otro plano. Que gracias a ti se demuestre que el tiempo y el espacio no son una línea continua. ¿Qué vas a hacer con eso?
- No lo sé. ¡Soy psicólogo!, si veo el futuro de mis pacientes viviré preguntándome si lo que ha de pasar es parte de mi responsabilidad. Me convertiría en un chamán, un soñador furtivo sin rigor científico, una traición de lo que por años he tratado de formar. Mis intervenciones apelarían más a la apreciación de lo desconocido que a la intervención de lo racional. Parte de la tranquilidad que proyecto a mis pacientes tiene que ver con vivir el presente. Pensar en el futuro sin angustia porque no existe, porque los entreno en el terreno de lo posible y lo probable. Si puedo saber su futuro seré yo el que viva angustiado y eso transferiré a mis pacientes. No me interesa saber lo que veré. Me interesa conjugar los verbos en presente.
Oscar ocultó su rostro después de expresar el mayor de sus miedos. El consultorio de Constanza estaba lleno de duda y silencio. Ella tampoco sabía qué decirle, pero intentaba guardar la compostura. Solo faltaban cinco minutos para que acabara la cita.
- Se nos está terminando el tiempo, pero me parece muy importante que sigamos hablando de todo esto que te está pasando para que podamos…
- Laura va dejarme en cinco años. Encontrará a un hombre más joven y decidirá dejarlo todo por la adrenalina de la aventura. Mi hija se va a ir con ella. Estaré un tiempo viviendo el duelo y un buen día decidiré rehacer mi vida. En mis sueños, se ve con claridad que mi relación con mi esposa se va en picada porque decido dejar de ser psicólogo motivado por la maldición que me aqueja y pongo una cafetería. Un día entra una mujer que yo ya conocía y me pide un latte grande con cuatro cargas de café, leche deslactosada y una pizca de canela. Empiezo una relación con ella. Resulta ser el amor de mi vida. Con esa claridad vienen mis sueños, mis pesadillas.
- Nos vemos la próxima semana, Óscar.
Constanza cierra la puerta tras de su paciente, realiza tres respiraciones profundas y se va al baño a mojarse el rostro. Las manos le tiemblan y detecta una sonrisa al verse al espejo. ¿Cómo pudo saber con tanta precisión la caprichosa forma en la que pide su bebida favorita todas las mañanas?                 

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