Uno
podría pensar que en este tipo de fiestas sería difícil que contemplaran en el
presupuesto una tambora en vivo, pero, así como el mole con arroz, cientos de
cartones de cervezas y la cantidad de invitados, la sorpresa está en que la
abundancia de la pobreza nunca cuenta en plazos la deuda a pagar.
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Pues sí, esto va a salir en un ojo de la cara Ramirito, pero lo vale. Por fin
le llega algo bueno a tu primo Emilio. -
Yo
había dejado de convivir con mi primo desde que teníamos 12 años y aún vivía en
Zacatecas. Mis padres me comentaron que en los días que estaríamos visitando a
la abuela se iba a hacer una fiesta de despedida a Emilio, que por fin había
conseguido trabajo en Estados Unidos de forma legal. – Ya se lo merece. Se lo
debe la vida. – mencionaba mi padre en carretera antes de que nos contara por
todos los menesteres por los que había pasado el primo hasta su ahora “buena
fortuna”.
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Su mamá, como ya sabes, murió poco después de que nos vinimos a vivir a la
Ciudad de México. No sé si fue una buena o una mala muerte, pero fue súbita.
¿Te acuerdas que te contamos?, un día tenía una gripita y a los dos días le
pegó la neumonía. Yo creo que si hubieran tenido un buen servicio de salud la
habría librado, pero no llegó a la semana. Poco tiempo después, mi cuñado, por
haber perdido a su esposa se tiró a la bebida y permaneció con la mente nublada
hasta que perdió el negocio familiar y tuvo que empeñar hasta el alma para no
perder siquiera la casa en la que había muerto mi hermana. Tu primo, que en esa
época era un crío no pudo continuar normalmente con sus estudios y tocaba su
guitarrita afuera de la cantina donde bebía su padre para recoger unos cuantos
pesitos para que no muriera de hambre. A su padre le llegó la conciencia ya
tarde, cuando Emilio ya le hacía al chemo y por tradición familiar a la
caguama.
Varias veces, de adolescente, amaneció tirado
en las calles y sus disque amigos empezaron a notar que estaba muy amarillo y
que se desmayaba muy seguido. Fue ahí donde le encontraron que estaba enfermo
de los riñones y que las piedras que pensaba que tenía en realidad eran unos
tumores bastante grandes. Le quitaron uno de los riñones y fue debido a su
viacrucis de salud, que su papá tuvo que vender la casa, pues era lo que quedaba.
Es por eso que ahora viven con tu abuela. Se podría pensar que ahí se le iba a
acabar lo salado, pero a unos les toca saber a mar. Saliendo de su enfermedad
decidió rehacer su vida, pues claro, la vio cerquita y que se topa con la
Lorena. Se enamora de la pinche chamaca piruja esa y… -
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¡Conrado! – interrumpió mi madre.
-
Bueno bueno. La niña esa lo enculó hasta decir basta y que se embaraza. Para
algunas familias lo que se presume como bendición no es más que un tehuacanazo
de realidad. Que le nacen gemelos y ahí va tu tío de pendejo a hacerle caso a
la mocha de la madre de la Lorena y lo casa a la fuerza a los 18, porque no
fuera a ser que los recién nacidos le reclamaran algo después. Que se mete de
mecánico para mantener a la abundante familia y en el bautizo de los niños lo
hago entrar en razón y le digo que estudie la preparatoria, aunque sea abierta,
que no se haga hûey. Total, que quién sabe qué lo iluminó y se pone a estudiar.
La pendeja de la Lorena que por falta de tiempo y no sé qué le pone el cuerno
con el hijo de un diputado y lo deja. Se lleva a los niños y tengo entendido
que ahora viven en una casota y le dicen papá al politiquillo de cuarta.
Por
segunda ocasión, se le olvida que tiene una salud que cuidar, o no, a lo mejor
ya quería morirse para ese entonces, y se tira otra vez a la bebida. Un día
saliendo de una de sus borracheras lo agarran unos judiciales y le inventan no
sé qué madres de que formaba parte del cártel de drogas de la zona y lo
entamban dos años hasta que se demuestra que era inocente. En ese tiempo,
estudió inglés. Cuando salió de la cárcel don Peregrino, el contador, se apiada
de él y lo mete de su asistente. Empieza a ganar unos centavos, mismos que la
Lorena le exige para que dé manutención a los gemelos. ¡Vieja puta!
-
¡Conrado! – dijo mi madre acompañando su queja con un manotazo en el hombro.
-
Ahí lo podías ver con sus pantalones rotos, sucios, los zapatos regalados, en
vez de una agujeta tenía un pedazo improvisado de carrizo. Sus camisas
deslavadas, con la tela podrida. Hace unos días le hablaron de un trabajo en
los Estados Unidos, que para una fábrica donde tienen cupo limitado de puestos.
Le dijeron que se presente la próxima semana o ya no hay chance. Ahí ves a
Emilio corriendo a sacar su pasaporte y luego haciendo cita para la visa.
Estuvieron a punto de negársela, pero le habían dado un papel para que le
dieran permiso. Así que el idiota de su padre se endeudó hasta las manitas para
poder hacerle una despedida. No lo juzgo. Ya se merecía algo el infeliz. -
Mi
hermano y yo volteamos a vernos en el coche, como en complicidad, argumentando
en el mutismo lo afortunados que hemos sido al terminar una licenciatura en una
escuela de paga en la gran ciudad capital.
En
la fiesta la tambora y las cervezas amenizaban el porvenir de Emilio, el primo
“ya merito”, el que de niño jugaba al futbol con nosotros y que la vida decidió
torturarlo por años hasta que le regaló una oportunidad.
Ya
entrada la noche y con la mayoría de los invitados perdidos en el alcohol, se
hizo presente el destino. De pronto, la gente comenzó a buscar algo. Por debajo
de las mesas, por encima, movían sillas, corrían de un lado a otro. En sus
rostros se leía la desgracia. Un músico de la tambora prestó un micrófono a
Emilio:
-
Por favor ayúdenme a buscar mi saco. Uno café con cuadritos, viejo, sucio. Tiene
una solapa rota, no le sirve a nadie ¡por piedad! En una de las bolsas está mi
pasaporte y salgo mañana. –
Nunca
me había puesto a buscar un saco como quien pierde un boleto de lotería. Como
si la vida de alguien dependiera de ello. Cuando apareció el alba, el escenario
se llenó de desconcierto. El padre de Emilio, ahogado en alcohol lloraba como
un niño y mi primo, abrazándolo como quien ha muerto muchas veces lo consolaba:
- Todo está bien papá. Todo está bien. –
César Baqueiro