Disfraces
(carta a Manuel)
La gente me pregunta a escasos instantes de tu partida si me encuentro bien y yo no puedo evitar contestar de forma espontánea, como autómata, que "todo esta bien". Si acaso me atreviera a realizar una reflexión, podría argumentar que disfrazo mi dolor con indiferencia cuando la realidad muestra una cara mas gris y sombría que me lleva a relevantes preguntas socráticas con respecto a la muerte.
No se bien donde vivo en estos instantes y que disfraces he colocado en mi armario para poder utilizar a merced de las opciones con las que ahora cuento. Por las mañanas me enfrento al mundo portando una máscara de contención en un trabajo demandante, plagado de estresores y cuando la ironía aparece, basto en recompensas. Mi máscara es de adolescente, a veces de niño que juega a convivir y entender el mundo de sus pares. Mi disfraz permite acercarme a esos chicos que , a su vez, observan en mí la máscara que les conviene: el asesor, el maestro, el viejo, el amigo, el adolescente, el represor, el soberbio.
Por las tardes coloco esa faz de porcelana inmóvil y serena que proyecta seguridad y conocimiento a aquellos que dibujan en esa careta a su escucha, su analista, su solución momentánea, el que les observa enmascarado la desnudez de su mirada.
Las noches me visten de amigo bebedor de café, persona en la elíptica #4 tratando de bajar unos kilos de más, hermano, hijo, soñador, escriba, lector, pareja.
Sábados, domingos y días de fiesta me relajo y coloco un antifaz de celebración, relajación y entretenimiento.
Si te das cuenta, hermano, en este baile de máscaras presentes, en ningún momento menciono la tímida y desnuda interperie de mi rostro infantil, que tú llegaste a conocer y que máscara tras máscara que llegué a proponerle al mundo, máscara tras máscara que identificabas con maestría por haber compartido conmigo la libertad de no poseer alguna.
En la tierna infancia, el sentido del juego nos vestía de héroes y lo onírico se mezclaba con lo real. Compartimos un mundo poseido por fantasmas, poderes sobrenaturales, monstruos, seres míticos y fé. Vivimos la anticipación como una provincia cercana que visitabamos para poder asi divertirnos. Así, esperamos juntos al gordo de rojo (del cual siempre desconfiamos), a los reyes magos, que nos unían año tras año para poder compartir fantasias, a los años venideros, rodeados de sonrisas honestas, licencias para pernoctar, abrazos afectuosos, turrón, rompope, bacalao y uvas.
El patio de tu casa cubría cualquier expectativa de diversión y fungía de escenario idóneo para poder escondernos, atraparnos, huir de la temible y peligosa azotea, correr, romper piñatas, correr, esperar a la cena, disecar a una mosca, correr, comer comida chatarra, correr adentro y seguir jugando, correr, correr, correr.
Hoy me doy cuenta que en esa prisa por vivir, corrí demasiado lejos de ese patio de ensueño y llegue a perder a ese niño, esas sonrisas compartidas, esos fines de semana de espera. Tú, primo, tú lograste lo impensable, tú lograste crecer y seguir jugando, seguir en la espera a que llegara un mundo de ilusión y fantasia, lograste disfrazarte, como cuando niños, de lo que quisiste y por ello siempre fuiste criticado, señalado y ofendido. Lo admirable aqui, y que ahora observo con tu partida, es que jamás te importó, o lograste como un experto de la misma manera, difrazar dichos señalamientos, tras esos espejuelos de mago.
Observo tus fotos (documentos inquebrantables, evidencias de tus ratos de fantasía), y no puedo evitar pensar (como bien lo mencionó mi hermano Diego) que me hubiera gustado jugar un rato mas, sonreir un rato mas, tontear un rato mas y no correr tan rápido.
Este año de metáforas y predicciones, de cambios y movimientos, me disfrazo de maya y observo el final de una era. No, no me permitire vivir alrededor de tu muerte, eso implicaría no celebrar lo que hiciste en vida.
Hoy no me visto de luto, sino de añoranza.
Hoy no me visto de niño, sino de esperanza.
Hoy no me visto de tristeza, sino de reflexión.
Ya nos difrazamos, ya nos divertimos, ya nos desarrollamos, ya nos corrompimos. Ya queda una tela nueva que cortar en la que tú, mi estimado primo, vivirás por siempre.
¿Y quién dijo que te fuiste?
Uno solo se disfraza de recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario