–¿Me pasas la sal?
–Te vas a la mierda, Arturo.
–¿Qué te pasa?
–Me pasa que te vas hoy mismo. No quiero verte aquí
después de las 5, a esa hora llegan los hijos de Lore y no quiero llorar.
Prefiero darles de comer y todo con tranquilidad.
–¡Estás loca!, yo no me voy a ir a...
–Te vas a casa de Mawi, que te va a recibir muy bien.
–Andrea, creo que todo está fuera de contexto, déjame
explicarte…
–Yo luego te pongo en contexto Arturo, ya vete. Te quise
mucho.
Querido Arturo:
Sé que te estoy
saludado con un “querido” pero es por costumbre; hoy siento que te quiero menos
que ayer y eso hace que me valore más a mí misma. El otro día que te fuiste de
casa me dijiste que todo estaba fuera de contexto y creo que, por lo menos, después
de 22 años, mereces saber por qué ya no quiero que formes parte de mi vida.
¿Te acuerdas de la
mujer que era cuando nos conocimos? Una chica de familia, de risa fácil y
nerviosa, regordeta, insegura y tierna. Ya tenía veintisiete y para ese
momento, en casa traían al San Antonio de cabeza. Mi padre incluso puso a mi
nombre algunos terrenos porque pensaba que iba a terminar sola. Mis hermanos me
invitaban a cuanto evento se les ocurría para ver si en una de esas, podían
sacar a la Andy gordita de su soltería. Cada vez que miro ese tiempo, la veo
con más cariño. Supongo son los efectos de la terapia. Ah, creo que no te
conté: estoy yendo a terapia. En fin. El día de la fiesta del pueblo, le tocaba
a mi padre ser el padrino de la virgen y sacamos la casa por la ventana ¿te
acuerdas? Tú estabas haciendo tu servicio social en Cordiales, mi tierra. Te
veías tan guapo, con tu traje gris barato y tus zapatitos rotos. Todas las
mujeres en Cordiales, solteras y casadas, querían acercarse a ti y tu ridículo
bigotito. Supongo que, porque te veían futuro como médico, o también por tus
ojos azules. La gente bailaba y yo tenía que cuidar la mesa de la comida, que
no faltara nada. “Pero qué buenas están las albóndigas” dijiste, con la boca
llena, a mi lado. Te agradecí el cumplido y tú, al parecer, no sabías que yo
había hecho la comida para la fiesta. –¿No le falta sal, doctor?, pregunté con
la timidez que me cargaba. –No le falta nada. Está perfecta así tal cual., me
dijiste. ¿Te acuerdas?, y yo lo tomé como si me lo hubieras dicho a mí, como si
fueras el primer hombre que me veía perfecta, así tal cual. Debí haber sabido
que te referías a la comida, entonces no te hubiera invitado a cenar a la casa
todas las noches después de esa hasta que te animaste a pedir mi mano. Nos
casamos y cuando te preparé la primera comida, que creo que fue lomo a las
hierbas, te pregunté si le faltaba sal; me contestaste que no le faltaba nada.
Yo me sentía divina. Era hambre lo que tenías, yo pensaba que te referías a mí.
Me embarazaste cinco veces, se dieron cuatro, con todo y que la gente decía que
yo ya estaba añosa. Me cuidaste, estuviste a mi lado, eso te lo agradezco un
montón. Yo era feliz, porque aparte no sabía siquiera que existían los
orgasmos. ¿Sabes cuándo me enteré?, cuando tu hija, la Lore, me lo explicó años
más tarde. Ella me tiene mucha paciencia, fue ella también la que me explicó cómo
funcionan los mensajes y el Facebook y esas cosas en el celular. Desde hace
tres años, andas muy raro. Muy distante. Cambiaste el beso de piquito por uno
en la frente, como lo hacías con tu madre. Una noche llegaste muy tarde,
después de un largo día en la oficina. Olías a alcohol, humo de cigarro y un
toque a madera dulce. Ese último aroma me llamó la atención. Pensaba que tenías
una amante. La vecina huele a vainilla y tu secretaria a lavanda. Ese olor a
madera no lo reconocí de ningún lado. Me tenías toda ansiosa, irreconocible. Yo
podía con la idea de que tuvieras una amante, pero ese olor a madera…
A los pocos días,
por la noche, saliste al patio a fumar un cigarrillo y a leer. Siempre dejas tu
celular en la mesita de noche. Me da mucha pena confesártelo Arturo pero lo
tomé y lo revisé. Me metí a tus redes sociales, a tus correos y mensajes. Nada
que llamara mi atención hasta que llegué a una carpetita en la mensajería con
el nombre: Mawi. Leí todos los textos amorosos y la capacidad que tienes de
decir estupideces que se leen con cariño. Pensé: ¡Vaya zorra esa Mawi! Que se
queda de ver con mi marido en moteles baratos por la colonia Roma. Pero seguro
ya sabes que pasó después Arturo. Llegué a las imágenes y descubrí que Mawi era
de cariño a Mauricio y que por eso olía a madera. Esa noche te inventé que
tenía que ir a casa de mi hermano a cuidarlo por el cáncer, pero mas bien él me
acarició la cabeza mientras yo lloraba en su regazo hasta que me quedé dormida.
Me volví homofóbica de golpe, y sabes que a mí eso no me gusta porque creo que
la gente puede estar con quien quiera si no hacen daño a nadie. Conseguí un
número para ir a terapia. La doctora me dijo que tenía que hacerme unos
análisis, que no hubiera ya pescado algo. Papiloma. No me fue tan mal, dicen
que ya lo tenemos todas. Me aguanté todo y por un buen rato, pero ese día en la
comida me dijiste que te pasara la sal. Que les faltaba sal a mis albóndigas. Y
eso ya no me pareció. Eso ya no Arturo. Te quise mucho, pero ya va siendo hora de
que deje de confundir el hambre con el amor.
Atentamente, Andrea
Arenzabala