lunes, 13 de febrero de 2017

Talco


El cielo naranja levanta la sospecha de que acaba el día laboral. Me pregunto si los perros se han puesto territoriales como en días previos. Es que llegar a casa y ver charcos y mierda se ha convertido en un rutinario desperfecto al momento de querer descansar. Igual, si espero unos minutos o me preparo otro café podré intuir que Luis ha llegado antes que yo y se ha hecho cargo de la monserga. Ojalá le dé por experimentar italiano y me espere un buen plato de pasta. Ya me lo sé de memoria. Seguramente en la oficina le volvieron a decir que su trabajo no vale para nada y se le antojó reconfortar el estómago para que no pase un día entero maldiciendo su quehacer cotidiano. Ya mañana, a primera hora correrá hasta el hartazgo tan solo levante el alba para que no se guarde en el cuerpo el antojo. Si, ya me lo sé de memoria. Es fin de mes. No tendrá más que hacer que llegar, limpiar la casa, pasear a los perros y esperar a que llegue mientras hace la pasta. Ojalá se le ocurra que el día estuvo bastante pesado y abra una botella de tinto. No de los buenos para la familia o de los regulares para los amigos. Un vino “de casa”. Que lo abra y me invite una copa. Que copa tras copa nos lleve al deseo y nos encerremos unos minutos para deshojarnos, sacudir los ánimos de erotismo, voltear las cuencas de los ojos y humedecer la ansiedad en un baño de agua tibia.
Se ven por la ventana los tonos morados y la luna. He dado el tiempo suficiente para que el otro se haga cargo de lo que nos toca a ambos. Me pongo el saco y salgo del estudio. ¡Luis le pone demasiadas hiervas a la salsa!, mejor le mando un mensaje le digo que yo me encargo de eso, que mejor vaya a comprar pan. Bajo al estacionamiento “Buenas noches Don Mariano” y mejor arranco para que no le dé tiempo de recordarme que le debo lo del mantenimiento. Hay poco tráfico. Las estaciones de radio suenan todas a ruido. “Buenas noches Alicia” le digo a la vecina que seguro fue a comprar algo a la papelería de última hora. Esos niños ya podrían hacerse cargo de sus tareas, pero le dejan todo a su madre y ella siempre quejándose de todo. “Acabo de ver a Luisa. Me dijo que le habías encargado que comprará el pan, pero me dijo que si te veía te dijera que por favor lo compres tu porque anda durmiendo a los niños” me dice la muy astuta. Haré como que no oí que se refirió a Luis como Luisa y mejor me lo guardo para la cena. Seguramente reiremos del lapsus homofóbico de la vecina metiche. ¡Vaya osadía decirles a mis perros “los niños”! y qué los tiene que dormir… A menos que se refiera a que Luis los va a matar porque ya lo sacaron de quicio, no tiene sentido alguno.
Entro a casa. Ya va rara la cosa. ¿Flores en la mesa?, no corren los perros a saludarme y ¿por qué huele a talco? Tropiezo con un juguete que con el movimiento prende y apaga foquitos de colores y entona una musiquita estridente. Del pasillo a los lejos, una voz de mujer imperante medio me grita, medio susurra: “no hagas mucho ruido que ya se están durmiendo”. “¿¡Que ya se están durmiendo quienes!?”
No, no me equivoqué de apartamento. Los muebles son los mismos pero el aroma es distinto. Huele a talco y a verdura hervida. Huele a rosas y a crayones de colores. Dejo caer lentamente la mochila y voy a la cocina por un cuchillo. El corazón me retumba al pensar que una mujer que perdió la razón se ha apoderado de mi casa. En la puerta del congelador hay imanes de colores y unos dibujos de humanoides donde dice mamá y papá con caligrafía de artrítico. Me retumba de nuevo el corazón al pensar que he perdido la razón y que he entrado a apoderarme de una casa que no es la mía. Los cajones de la cocina tienen puestos unos ridículos plastiquitos de seguridad para que no se puedan abrir con facilidad. Tomo un cuchillo. Entra la mujer a la cocina. Me da un beso en la mejilla con una naturalidad escalofriante. “A ver Alonso, no puedo hacerlo todo. O duermo a los niños o voy por el pan. Aparte no sé para qué quieres pan si estamos a dieta. ¿Por qué llegaste tan tarde?, no me chingues, luego te quejas que no convives mucho con los niños y no sé qué. Sofi todavía está medio despierta, si quieres dale las buenas noches antes de que se duerma bien. ¡Ah! Porfa no le prendas la luz porque Jorgito se puede despertar. Le voy a hablar a mi mamá porque no le he dicho de la cena de mañana y tiene que venir a cuidarlos. Alonso…Alonso. ¡Muévete mi vida! Estas muy raro. ¿Bueno? Hola Ma…”
Mi respiración augura un ataque de pánico y esta mujer compromete cualquier indicio de cordura. No le voy a hablar hasta que cuelgue. Voy al “cuarto de los niños” o al que siempre me he referido como “el de la tele”. Entro y en la penumbra puedo distinguir una cuna y una cama individual. Hay un foquito rosa que apenas ilumina el rostro de una niña hermosa que voltea a verme y sonríe. Me hace una seña de que guarde silencio y después estira los brazos. Yo le sigo la corriente. Me abraza del cuello. Ella es la que huele un poco a talco. Tiene puesta un pijama rosa de franela y su pelo se siente húmedo y huele a frutas. “Hola papi” me susurra. “Hola” contesto mientras la observo de arriba abajo. No entiendo nada. “Es hora de dormir” le digo como poseído por un extraño conformismo con lo surreal. “Tú no eres mi papá” me dice, “tú no eres mi hija” contesto, y ella me da la espalda, se cubre con la cobija y duerme. La niña sabe lo mismo que yo, sabe cuál es la realidad en este hoyo negro en el que me he metido por accidente. La mujer se unta crema en las piernas en la recamara principal. “Te ves estresado. No me dio tiempo de hacer de cenar, pero si quieres hay jamón para un sándwich. Cuando termines de cenar yo te quito el estrés” me dice mientras sonríe y alza las cejas dos veces como si me hiciera cómplice de su vulgaridad. Las ganas de cenar se me acabaron. ¿Será hoy el día en que tenga que saber al tacto los secretos que reserva el sexo de una mujer?
No entiendo qué pasó o qué lección he de aprender. Solo sé que eso del destino es un azar con púas. Nunca imaginé que desear ser lo que todos son se sintiera tan frío, oliera a talco y en su aparente hermosura no pudiera perderme en Luis.
 febrero de 2017