martes, 24 de enero de 2017

En urgencia de confesión


Carmen consternada se abanica el aire caliente, sentada en la mesedora en la entrada de su casa, como todas las tardes, aunque ahora leía con avidez, el boletin del pueblo:
El día de ayer a las 15:30 hrs, la policia municipal encontró en Llano Claro a dos sospechosos que se presumen responsables de la masacre ocurrida el pasado sábado en la casa habitación del clérigo de Puente Chico. La fuerza policiaca se vió en la necesidad de frenar con mano dura a la multitud que pretendía linchar a golpes a los presuntos culpables del asesinato del cura Teodoncio Miranda y su monaguillo Laureano Rosales. Los detenidos han rendido su declaración y se espera pronta resolución en juicio. Una multitud enardecida en Puente Chico espera la sentencia en las afueras del Palacio Municipal.
Deja el boletín a un lado y bebe agua de guayaba; levantando la vista al cielo y mueve la cabeza de lado a lado ante lo atroz de la lectura. Todos en el pueblo habian perdido el sueño ante semejante atrocidad. Si bien, Puente Chico tenía fama de haber sido tierra de matones, jamás en su historia se había cometido una ofensa similar. Había sido un crimen con saña, con desparpajo, con voluntad de terrorismo. Se comentaba que el sábado en la madrugada habían entrado a la casa clerical para robar algunas joyas y el dinero de las limosnas. Lo que nadie podia entender era el dolo con el que los asesinos (se argumentaba que era mas de uno por la fuerza y planeación de los impactos) habían decidido, por ambición, satanismo o inconformidad, acuchillar como cerdos a los representantes de Dios en el pueblo.

Carmen escucha a lo lejos los gritos de los parroquianos exigiendo justicia. Levanta la mirada y a lo lejos ve cómo Sagrario, su comadre, se dirige hacia ella vestida de luto, impecable, levantando el paso como si huyera de algo o alguien.
- Ay comadre, vengo corre y corre. – menciona con su típica voz de angustia engolada, Sagrario.
- Si ya vi comadre. Yo estaba aqui leyendo esto de lo que pasó el sábado. Todavía no lo puedo creer. Es que no hay humanidad. Viera todo esto mi mamacita, que en paz descanse y se vuelve a morir. –
La comadre baja la mirada mientras se abanica. Para ella, la tragedia fue un golpe de incalculable sufrimiento. La pobrecita era quien les hacía de comer todos los días.
- Oiga comadre. Vamos adentro. Vengo a platicar con usted pero me da desconfianza acá afuera. Ya todo me da desconfianza.
Carmen y Sagrario entran y cierran el portón. Así, con las ventanas de madera ocultando los rayos del Sol, hacía falta prender la luz.
- Qué venía a contarme comadre. – dijo la dueña de la casa, de pie, con el vaso en la mano.
- Siéntese comadrita. Yo aqui, ya sabe, que vengo a incomodarla. Es que no sabe usted como desde el sábado que ocurrió la tragedia he tenido unos pensamientos terribles que ameritan confesión y pues no hay quien la escuche a una. Mire, fijese que el viernes por la noche, se me pasó avisarle al padre Teodoncio que el sábado por la mañana iba a venir mi hija de visita y no me iba a alcanzar el tiempo para llevarles el desayuno. En fin, que me atrevo a tocar ya como a la una a la casa y pues nadie me abre ¿verdad?, entonces me meto con la charola con las enmoladas. El cura me había dado llave para momentos como ese. Bueno, pues ¿qué cree comadre?, yo no lo podia creer. Ahí, en el suelo de la sala de estar beso y beso el cura y Laureanito. – Carmen se desliza al sillon sin poder robar aliento para una palabra. – Pues ahi comadre, ahí me entró mucha rabia, mucho asco y que me da por ser la mano del señor y hacer justicia divina. Esos… pu…ercos eran el Diablo disfrazado de bondad. Que saco el cuchillo y pa pronto le doy al padre en la espalda dos, tres, cinco, no se cuantos y Laureanito ahi arrinconandose como queriendo irse ¿verdad? y que me le aviento y le doy sus piquetes, como para picarle el alma. Ya después, me sentí bien mal pero pues no iba a ser yo la que pagara por sus porquerias, entonces que me llevo unos cubiertos y unos candelabros para que pensaran que los robaron. Yo se Carmencita, ya vi tu cara de medio muerta, yo se que no estuvo bien pero es que me ardió el pecho de ver tanto pecado. Desde el sábado en la madrugada me lo ando callando y me urgía confesarme. – La habitación se decoró de silencio, incomodidad y sollozos frios y secos.
- Sagrario. –
- ¿Qué pasó comadre? –
- ¿Los candelabras son esos de oro que siempre me gustaron?
- Si comadre.
- ¿Ya oyó que tienen arrestados a los sospechosos?


César Baqueiro     enero 2017